Películas de terror hay miles y miles; y, es que, desde siempre eso de hacer gritar al público les ha gustado mucho a los directores. Pero hay dos clases de pelis de miedo: las de intriga (que tienen argumento) y las de “vísceras”, que son aquellas en las que los guionistas se han degollado los sesos pensando en cómo hacer las escenas más desagradables, y es que si pudieran, nos salpicarían de sangre para que saliéramos todos de la sala estupefactos y con el estomago revuelto (y no por el empacho de palomitas que la mayoría nos metemos cuando vamos al cine, ¡qué parece qué no hemos comido palomitas en la vida!).
No obstante, con vísceras o sin ellas, las cintas de miedo coinciden en una serie de topicazos que se repiten y se repiten, ahí van algunos de ellos:
El malo nunca se muere a la primera. Para acabar con él, habrá que dispararlo, acuchillarlo, electrocutarlo y ahogarlo.
Si quieres conservar tu vida y la de tu ligue, es mejor dejar las cosas íntimas para el final, ¡nada de relaciones sexuales! porque a los malos, no les debe hacer mucha gracia que los demás “pillen” y se divierten sorprendiendo a las parejas en las situaciones más comprometidas.
Todo puede servir como arma (incluso un inofensivo lápiz) y todos los objetos o materiales se volverán en contra de todo aquel que esté destinado a morir pronto (es decir, los personajes de relleno) de forma trágica y, en ocasiones, un poco tonta aunque no por ello menos agobiante. El pobrecito amigo del protagonista caerá por una ventana y plof contra la valla del jardín, como un pinchito moruno; pero no os preocupéis el actor principal tendrá la suerte de desplomarse sobre un coche o sobre la hierba del jardín, que duele menos.
Sin embargo, tras esta enumeración de tópicos cabe señalar que todavía hay algunas películas que nos sorprenden; y sino es así pues, sinceramente, aunque sepas de antemano quién va a sobrevivir, el film no deja de ser entretenido y además siempre queda por averiguar qué trastorno psicológico o trauma infantil tiene el asesino.